La compañera que era golpeada por su marido no lo contaba. Poco a poco nos dimos cuenta. Los golpes siempre aparecen, aunque no se hagan en un lugar visible. Aparecen en el miedo a responder cuando le preguntas ¿cómo estás? Aparecen en las palabras que dejan de salirle. Aparecen siempre. Es el vecindario el que decide si darse por enterado o no. Nosotras armamos un comité desde que tuvimos la primera sospecha. Un grupo de mujeres que, poco a poco, se fue acercando a ella. Y al final contó. Cuando pudo, como pudo. Pero contó. Él fue expulsado de la cooperativa. No queremos vivir con golpeadores. Ella se quedó, con sus hijas. Cuidada por la comunidad. No fue fácil, hubo debate, hubo tensión. A él no le quedó más remedio que entender que no tenía cabida en nuestra cooperativa. Se fue. Lo echamos.
El comité de mujeres se quedó fijo. Cuenta Cecilia de su experiencia de cooperativas de vivienda en Uruguay. Nadie sabe quién lo forma. Pero ellas tienen esa tarea, están pendientes de los golpeadores. Cuidan a las otras mujeres para que nadie las golpee de ninguna de las maneras que existen para golpear a las mujeres.
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