Soledad no deseada

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Coincidimos en el ascensor, el impecable como siempre, yo extrañada como de un tiempo a esta parte. Esta vez he llegado justo cuando subía y no le ha dado tiempo de poner una excusa para salirse del ascensor y evitar que llegásemos juntos al rellano de nuestras casas, puerta con puerta. Los dos cantamos en un coro, veo las partituras que asoman por debajo de su brazo. Palabras amables, cordiales, de una persona educada.

Pero en su relato algo desafina.

De nuevo él espera a que yo entre en mi casa para que no vea abrirse su puerta. El olor es el mismo desde hace semanas, es posible que el buen tiempo y el verano nos hayan permitido percibir lo que la soledad del invierno ocultaba. Sigue oliendo a basura concentrada.

Días más tarde, los operarios del ayuntamiento trabajaban. Llevan toda la mañana sacando kilos y kilos de basura de la puerta que siempre vi cerrada.

La cantidad de basura es inversamente proporcional a la finura de los muros que separan nuestras casas, pero sin embargo es equivalente a la distancia social que separa nuestras vidas, las de todas las personas vecinas.

Aunque el edificio en el que vivo es un edificio cualquiera, en la reunión de vecinos se decidió que no se alquilaría a nadie el piso de la comunidad en el que Antonio vivía. Que esperaríamos a que mejorase y regresase.

Dicen que uno de los motivos del síndrome de diógenes es la soledad no deseada, acumular cosas para llenar el vacío social que inunda nuestras casas.

Ayer regresó.

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