Cooperativas de vivienda ecosocial y resiliencia: casas para adaptarse mejor

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NEREA RAMÍREZ PIRIS / BERTA IGLESIAS VARELA

 

El pasado fin de semana tuvo lugar en Madrid el I Encuentro Estatal de Proyectos de Vivienda Cooperativa en Derecho de uso, impulsado por la iniciativa Mares de Madrid.

Más de doscientas personas de más de cuarenta iniciativas de vivienda ecosocial han estado desgranando los aspectos más retadores de estos proyectos: la cesión de uso, el papel de las administraciones públicas, la gestión de los cuidados en todo esto o la especificidad de los proyectos senior.

Uno de estos retos sobre los que hemos estado conversando es qué y cómo pueden aportar estas cooperativas para favorecer la resiliencia en tiempos de crisis ambiental y social.

CONSTRUIR EN EL ABISMO DE LOS LÍMITES

Nos parecía relevante dialogar sobre esto porque partimos de un análisis del contexto actual que nos sitúa, como señala Ecologistas en Acción, en el abismo de los límites.

La crisis climática, la pérdida masiva de biodiversidad y el declive de la disponibilidad energética y material junto a los problemas sociopolíticos asociados a todo ello dibujan un presente y un futuro incierto y bastante poco alentador. El declive de la disponibilidad energética y material o la crisis climática, por ejemplo, no son temas menores cuando de construir casas se trata y, todavía más, si tenemos en cuenta que habitaremos estas casas durante varias décadas y habrá que calentarse, soportar el calor en verano, beber agua o alimentarse.

La forma en que seamos capaces de adaptarnos, de aprender, de innovar, de cooperar y de autoorganizarnos ante los cambios e impactos derivados de esta crisis profunda y multidimensional determinará que nuestras condiciones de vida sean más o menos dignas.

Ante este panorama, ¿cómo construimos proyectos que sean resilientes?, ¿en qué nos podemos fijar para saber cuán capaces seremos de adaptarnos a estos tiempos de escasez y de cambios bruscos?

AFRONTAR EL MIEDO

En el encuentro, hablamos sobre los miedos. Una de las personas que participó en este diálogo sobre resiliencia comentaba en el debate que le era complicado imaginarse este futuro y que, cuando hacía el ejercicio de imaginarlo, a su cabeza venía una imagen “Mad Max” bastante paralizante.

Lo cierto es que, si miramos alrededor, muchas comunidades ya están viviendo estos cambios (sequías, pérdidas de cosechas, grandes incendios…) en muchas partes del planeta. Muchísimas personas refugiadas, desahuciadas, precarizadas, los viven cada día en nuestros propios barrios y comarcas. De esta constatación de que la crisis ecosocial ya está aquí aunque “yo no la note” todavía, surge la primera reflexión imprescindible al respecto: que la construcción de resiliencia local debe ir acompañada de la justicia global. Si no, es fácil caer en lo que podríamos llamar “ecofascismo”.

Para ello necesitamos preguntarnos por cuestiones como el grado en que dependemos de los recursos que vienen de otras partes del mundo para construir nuestras casas y para luego vivir en ellas, y en qué condiciones se producen ambiental y socialmente. Por ejemplo, que la estructura sea de madera certificada en lugar de cemento, que las ventanas no sean de PVC o que el material aislante del edificio sea de corcho o de fibras textiles recicladas producidas lo más cerca posible, reduce sustancialmente la huella climática en la fase de construcción. Si tenemos en cuenta la orientación del edificio para que caliente de forma pasiva, el uso de energías renovables para el abastecimiento y el reciclaje de aguas grises o la forma de gestionar los residuos generados, también conseguiremos reducir mucho la huella ambiental en toda la fase de vida de las casas. Todo esto implica no seguir ahondando en la crisis ambiental que principalmente tiene consecuencias en otras partes del planeta.

¿ECOLOGÍA VS ECONOMÍA?

En nuestro diálogo surgió varias veces la preocupación de si la ecología de nuestros edificios no estaría reñida con la economía.

Sin duda, si miramos solo a corto plazo y sin tener en cuenta los costes ambientales y sociales añadidos a la opción “barata”, construir con criterios ecológicos encarece los proyectos. Sin embargo, en el propio debate reflexionábamos sobre que este tipo de construcciones ahorran a medio plazo en costes energéticos (mejor aislamiento, producción de energía renovable para autoconsumo, etc). Y, además, justo estas cooperativas, en las que estamos diseñando otro modelo económico basado en el derecho de uso, podemos sortear el obstáculo del precio inicial imaginando soluciones colectivas y no individuales: algunos proyectos redistribuyen el gasto atendiendo a los ingresos o al precio hora que percibe cada integrante, por ejemplo. En lugar de enemistar economía y ecología, nos embarcamos en iniciativas que pueden diseñar un nuevo modelo económico, redistributivo y centrado en la vida.

LOS INDICADORES DE RESILIENCIA

Entonces, ¿construir de otra manera aumenta nuestra resiliencia? Sí, pero no es suficiente. La multidimensionalidad de la crisis ecosocial nos sitúa irremediablemente en una concepción de la resiliencia mucho más compleja.

Estaremos mejor preparadas por vivir en casas ecológicas, pero nuestra vida y la del resto de nuestras vecinas tiene lugar mucho más allá de las cuatro paredes de nuestro hogar. Sin preguntarnos cómo nos vamos a relacionar entre nosotras, cómo nos vamos a apoyar en un escenario próximo (ya presente para muchas personas) de falta de servicios públicos de atención a la vejez, por ejemplo, o cómo nos vamos a relacionar con el resto del barrio, difícilmente seremos capaces de generar esa capacidad de adaptarnos. ¿Están nuestros proyectos abiertos al barrio? ¿Solucionamos los conflictos internos de formas constructivas? ¿Gestionamos nuestras cooperativas de forma democrática y horizontal? Todos estos indicadores de horizontes ecosociales nos ayudan a repensar nuestros colectivos y a mejorarlos.

En el debate conveníamos que, para enfrentar la crisis ambiental y social, necesitamos tejer redes diversas, entre las personas que habitan estos proyectos, pero necesariamente también con el resto del barrio donde nos insertemos. Y entre unos proyectos y otros. Es imprescindible conectar campo y ciudad de una forma horizontal, no jerárquica, que potencie nuestros puntos fuertes, minimizando las debilidades. Recordábamos que indudablemente tenemos que modificar nuestro modelo de consumo, replantear nuestra dependencia del coche, y, al mismo tiempo, construir relaciones de participación, de transparencia y de cuidado. Esto, como nuestras casas, hay que cimentarlo bien, para que no se desmorone el edificio de la convivencia al primer conflicto.

¿Y HACIA AFUERA? ¿QUÉ APORTAMOS A LA RESILIENCIA GENERAL?

Hemos visto que las cooperativas de vivienda colaborativa en derecho de uso se abren al territorio, al barrio, tejen redes. Esto ya favorece la adaptabilidad. Pero, además, señalábamos que son proyectos que sirven para disputar la hegemonía cultural. Que Cal Cases lleve doce años viviendo de forma comunitaria, autogestionada y con un alto nivel de sostenibilidad sirve para que nos creamos que es posible vivir de otra manera. Que existan TrabensolAxuntasela Balmala BordaEntrepatios y otras más de cuarenta iniciativas aporta al mundo modelos de vivir de otra forma, más justa, más sostenible, más resiliente.

Durante el encuentro llegamos a la conclusión de que esto de la resiliencia tenía mucho con ver con ser capaces de generar una visión común sobre lo que ocurre y lo que queremos que ocurra en el mundo y en nuestros proyectos. Se basa en la importancia de no estar solas para afrontar las situaciones que están por venir. Justo lo que hemos estado haciendo durante todo el fin de semana. Gracias a encontrarnos y a debatir juntas ahora somos un poquito más resilientes que antes.

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