La reunión comienza. Hablan por turnos y cuentan cómo se sienten. El proceso está siendo largo. Años.
Una dice que está harta de que salgan derramas y que tengan que pagar más de lo acordado. Otro que su casa no tiene los enchufes colocados donde los pidió. Y una tras otra se van sucediendo las quejas. Lo que no les gusta. Sale todo lo que no.
Y entonces le toca a Maikel. Y cuenta que él lo que más recuerda de cuando era pequeño es que en su casa, en Cuba, había un patio al que podía salir a jugar. Todas las vecinas le cuidaban cuando salía a ese patio. Era un patio común. Un patio de todas.
Y se para y coge a su hijo mayor en brazos.
Yo ahora no tengo un patio al que puedan salir mis hijos. No conozco a las vecinas de la planta de la casa en la que vivo.
Me dan igual todas las cosas que no están saliendo como las imaginé. Lo importante es que mis hijos van a tener un patio común, rodeado de vecinas y vecinos, al que salir a jugar.
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